domingo, 14 de noviembre de 2010

amor.

Primero levantó del piso la ilusión. Se la acordaba más liviana y sin embargo ahora pesaba tanto... Después se arremangó la blusa y trató de recuperar también las fantasías... en qué momento había tenido tiempo de desplegar tantas? Mientras las juntaba, sorprendida, se encontró sonriendo al recordarlas. Es verdad que era una sonrisa nostálgica, pero después de todo, quién le quitaba lo bailado.

Las fotos y los regalos decidió dejarlos. Ya no eran suyos y los puso a un costado junto con algunas lágrimas.

Estaba tomando vino y se había desabrochado algunos botones de la camisa para sentir un poco más el aire que parecía faltar en la habitación. Había ido a la pieza para levantar también de ahí lo que le correspondía y aunque le resultaba difícil decir mío a algo tan de los dos, tenía que hacerlo: el placer que había sentido era suyo, los nuevos lugares que había descubierto en su propio cuerpo le pertenecían; Y se los llevaba. Las formas más divertidas que habían encontrado para amarse también las puso adentro porque sabía que de todas formas llevárselas no implicaba sacárselas a él... podían quedárselas los dos si querían.

Se acostó un rato en la cama y se sintió sola aunque le hubiese gustado no sentirse así. Tampoco esperaba llorar como lo hacía pero se ve que para seguir adelante necesitaba primero vaciarse la tristeza.

Pensó en llevarse los proyectos compartidos: las ganas de vacacionar en la India, de vivir en Londres, de tener un perro que se llame Pluma y que sea enorme.

Caminaba descalza y seguía intentando juntar cada pedacito de amor que había entregado en los últimos dos años. Para eso había ido hasta ahí.

Sabía que el vacío que sentía no era sólo por su ausencia, la de él, sino principalmente porque le estaba faltando el amor que había dado, su propio amor, que había quedado desparramado después de la separación.

Fue entonces cuando aprendió a querer a su tristeza, cuando entendió que tenía el tamaño del amor que había sentido. Si estaba así de triste significaba que tenía toda esa enorme capacidad de amar.

Se alegró al pensar que la taquicardia antes de cada encuentro era suya y siguió recorriendo la casa, agachándose para levantar los abrazos que se habían caído y haciendo lugar para todas las sorpresas que alguna vez había preparado.

Buscó las cosas lindas que había dicho y también las que había generado y una a una se las volvió a poner al hombro.

Veía que la carga iba creciendo y se preguntaba dónde iba a ponerla ahora. Pero sabía que era mejor esa tristeza, la de no saber dónde volcar un sentimiento tan grande, que la otra, la de él, de tener un atadito de amor tan chiquito que entra en cualquier parte y se vuela con el menor viento.

Respiró hondo y tuvo que hacer fuerza para pasar por la puerta con tanto equipaje.

Sabía que iba a ser feliz y sintió cosquillas en la panza cuando dio el primer paso fuera del edificio. Se sentía más liviana, en vez de más pesada, ahora que cargaba de nuevo su enorme cosecha de amor.


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