viernes, 27 de abril de 2012

El domingo pasado fui con mi sobrino al Museo de los niños del Abasto.
El lugar estaba tan lleno de estímulos que Manu no podía disfrutar de un juego porque ya tenía los ojos en otro, las ganas desencontradas, el cuerpo incómodo de querer todo al mismo tiempo y tener el impedimento de ser uno solo.
En un momento fuimos a un sector del lugar pensado especialmente para chicos de su edad, donde pudo correr sin preocupaciones, tomarse el tiempo para jugar con lo que iba encontrando, compartir una pelota gigante con otros nenes. Y lo vi disfrutar con más tranquilidad, sentirse más en paz con lo que hacía.

La situación fue parecida a lo que me pasa a veces, que siento que el mundo es demasiado mucho; que hay tantos libros, tanta gente, tantos lugares... que se me atolondra el deseo y me cuesta conformarme con el cuerpo que habito.

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