sábado, 13 de agosto de 2011

Ahora que tengo un nombre
que no es el que me doy a mí misma,
y que cuando lo dicen 
no me doy vuelta,
sino hasta después de un tiempo
en que lo escucho para adentro
y me digo que debería girar la cabeza
por si es a mí a quien llaman.
Me sorprende no forzar mi nombre
para que entre en ese otro.
No cambiar de ropa y de peinado, 
o pintarme un lunar y usar anteojos.
Y no sé si es integridad o desconcierto
falta de seriedad o madurez,
pero algo me dice que en el fondo,
los nombres
se transforman y se parecen
a las personas que nombran.
Y no al revés.
Así que veremos 
los cambios
que sufrirán los nombres,
los de siempre y los nuevos,
para adaptarse a mí 
que soy nombrada por ellos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

apunto