viernes, 29 de octubre de 2010

Soledad

Dos cortados por favor. No, uno solo, dice sin mirar al mozo. Aunque había pasado un año todavía hay cosas a las que no se acostumbra. A otras sí. Va solo al cine, por ejemplo, y le gusta, o va a la plaza y se queda un rato sentado ahí.
Lo más difícil es salir a caminar sin ella, piensa. Hablaban todo el tiempo y de cualquier cosa. Y qué si todos nos miraban?!, grita. No se da cuenta que la gente del bar lo mira.
Ahora que no la tiene al lado, se arrepiente de haber sido tan celoso. Una vez tuvieron que agarrarlo con fuerza en la calle para que no le pegara a un hombre al que ella había mirado. Y ni así lo habían podido parar. Sonríe cuando se acuerda de haber mordido al gordito que le tenía los brazos y haber lastimado a uno que le sujetaba las piernas. Recuerda que llamaron a una ambulancia y lo tranquilizaron con un sedante y que ella debía estar muy enojada porque no fue al hospital a visitarlo y recién la vio al día siguiente, ya afuera, cuando lo dejaron salir.
De recuperarla, piensa, haría las cosas de manera que no pudieran volver a robársela. Pasarían más tiempo a solas o a lo sumo se verían con su compañero Bruno que es el único que lo alentó a seguir con la relación cuando todos le decían que estaba mejor sin ella y que por favor se alejara y que lo extrañaban y que iba a estar bien. O si no nunca más veríamos a nadie, se convence, no importa.
Pero es mejor así, dice en voz alta y ni nota que la pareja de la mesa de al lado se cambia de lugar a una más alejada.
El Dr. Jeguer le había dicho que ya estaba preparado para conocer gente nueva y el dr nunca se equivocaba. Así que debo estar mejor, supone.
Ahora mira por la ventana y se acomoda la camisa. Vuelve a mirar la ventana, después el reloj, y de nuevo la ventana. Se le ocurre que le resultaría más cómoda una mesa cerca de la puerta y mientras camina a su nueva ubicación se desvía para ir al baño. Se moja el pelo y cuida que la raya al costado esté como la dejó. Piensa que se ve mejor que un año atrás. Desde que salió estuvo recuperando peso y las ojeras cada vez son menos oscuras. Le sonríe al espejo ensayando la bienvenida y practica algunos saludos espontáneos. Elije uno y lo prueba con un hombre que entra justo al baño:
-Hermosa – le dice mientras le besa la mano – No me imaginé que iba a ser tan hermosa.- Había practicado sostenerle la mirada por unos segundos en esa parte y así lo hace.
Sale del baño y silba una canción de Sandro camino a su mesa. Se cruza con el mozo, le sonríe, le palmea la espalda y sigue silbando una vez sentado.
La puerta se abre y él se para ansioso.
Entra un hombre.
No es, piensa, y deja de silbar.
Acomoda los edulcorantes y también las servilletas. Las desdobla de a una, las vuelve a doblar para que los bordes coincidan entre sí y refuerza cada doblés con insistencia.
De nuevo alguien entra, pero no le parece que sea la mujer que espera. Por lo que decía en el diario, se llama Claudia y se ofrece como compañía para aquellos que se sienten solos. Hace años que no se encuentra con una mujer y sólo el pensarlo le hace acordar a ella…
Sigue con la vista fija en la puerta pero ya no ve más que el recuerdo de la primera vez que la vio. Él tenía 9 años y ella había aparecido de repente flotando al lado de su maestra de 3er grado. Tenía puesto un vestido azul y dos trencitas e imitaba todo lo que la maestra hacía. Recuerda que en el momento le sorprendió que sus amigos no se rieran. Él había tratado de contenerse durante un rato hasta que no aguantó más y estalló en una carcajada. ¡Cómo se había enojado la señorita Marcela! Se seca la lágrima que le moja la sonrisa y sigue mirando la película que avanza en su mente. En el recreo, todos sus amigos le preguntaban qué le había causado tanta gracia. Y él nada. Ni loco les contaba que una chica lo había hecho reír tanto. De sólo pensarlo se ponía colorado. A partir de ese momento fueron inseparables dentro de la escuela aunque prefería no hablar de ella con los demás.
Se abre la puerta del bar y la aparición de una mujer lo vuelve a la realidad. Se plancha con las manos la camisa y revisa que esté bien metida dentro del jogging. Se para y ensaya mentalmente el practicado saludo pero no llega a estirar la mano cuando ella le dice: - Carlos?
La voz le suena familiar y un escalofrío le recorre el cuerpo. Por las dudas se queda quieto y mira para los costados intentando descubrir algo en la mirada de la gente. ¿Ellos la ven o no? ¿Estará de verdad ella ahí o es él que la está imaginando?
Ella le pone la mano en el hombro y él la reconoce a pesar del pelo morocho que antes era rubio. Un año. Las piernas le tiemblan y decide sentarse sin mirarla siquiera y sin hablarle. El doctor le había anticipado que bastaba con dejar de tomar las pastillas por un solo día... sólo uno.
Sólo quería verte otra vez, balbucea él y levanta la vista. Con la mano palpa el bolsillo del jogging en busca del pastillero. Ella lo mira callada.
Quiere que tome la pastilla, piensa y aprieta el frasquito con fuerza.
Entonces entiende que quizás ésa es la última vez que la ve y se larga a llorar y no sabe de dónde saca las fuerzas pero las saca.
Estoy bien, estoy bien, estoy mejor, dice mientras se golpea la cabeza con la mano y se decide. Esta vez sí va a tomar la pastilla de las nueve. 

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