Mi abuela tiene los ojos más lindos y nadie de la familia los heredó. Ni hijos, ni nietos, ni bisnietos.
Cuando llegue el momento en quede de ella sólo lo que queda cuando alguien se va, no van a quedarse sus ojos.
Yo me voy a quedar con sus manos. Por caprichos de la herencia, entre tanto gen disponible, me tocaron sus manos huesudas y de venas saltonas, un superado inicio de juanetes y una forma particular en la que el pecho se me adelanta al cuerpo. Hace unos años descubrí que eso tiene que ver con la forma en que respiro. Será que entonces respiro como mi abuela.
En los cumpleaños, los nacimientos, en casi cualquier evento, mi abuela se emociona con una emoción que viene cargada de todas las anteriores.
Quizás es así siempre.
A mí me pasó de descubrirlo cuando se murió mi otra abuela y también cuando me decepcionaron feo por primera vez, sentir que de ahí en más había una forma de la tristeza que iba a incluir siempre también esos momentos.
Cuando mi abuela se emociona a mí me parece que se mueren de nuevo sus papás. Y pienso que quizás es mentira que el tiempo te curte, o si te curte lo hace de una manera distinta a volverte más duro. Mi abuela tiene la piel finita y parece como si pudiera romperse. Dan ganas de abrazarla de solo verla y de mirarla a los ojos, que son los más lindos.